De Pescaito a Tiburón


Por: Andrès Restrepo Mèndez
andrespepo@gmail.com
El futbolista más importante de Colombia, ya retirado y a cargo del Unión Magdalena, cumplió 28 años de haber debutado en el balompié profesional. Conozca su historia y cómo se fue convirtiendo en el ícono del fútbol cafetero.


¿Qué sería del fútbol colombiano sin aque-
llamelena rubia y desordenada meneándose
de un lado a otro por toda la cancha? Pro-
bablemente no sería el mismo, pues sus gam-
betas, sus pases gol y su temperamento
dentro y fuera de la cancha convirtieron a
Carlos Alberto Valderrama Palacio en el
mejor jugador del país cafetero y en todo
un símbolo de la generación dorada del
fútbol de ese país.

Prácticamente desde que nació, su vida es-
taba destinada a ponerse los botines y a
vivir dentro de una cancha de fútbol ama-
rrado a una pelota. Su padre, “Jaricho”
Valderrama y sus tíos maternos Justo y
Aurelio Palacio eran jugadores del Unión
Magdalena e inculcaron en el pequeño Carlos
el amor por el deporte Rey y por el “Ciclón
bananero”. Su sueño de ser odontólogo, se
vio truncado al ver como sus padres, tíos,
primos y hermanos crecían dándole patadas a
una esfera de cuero.

Siendo fiel a los deseos de su familia y al
talento innato para jugar bien al fútbol, el
de la melena rubia dio sus primeros puntapiés
en la cancha del barrio Pescaito de Santa Marta,
un barrio humilde de pescadores y gente traba-
jadora en donde fue testigo de las hazañas de
sus parientes y en donde el argentino Rubén
“El Turco” Deibe, entrenador de aquella época
del Unión, vio al niño en brazos de su madre
y le dijo Pibe por primera vez consintiéndole
la cabeza. Desde ese día, el destino de Carlos
Alberto cambió para siempre.

Después de jugar para la selección del Magdalena
y en las inferiores del Unión, tuvo la oportuni-
dad de debutar el 15 de marzo de 1981, en un par-
tido en el que su equipo visitaba a Independien-
te Santa Fe en la capital de la Republica. Corrían
los 25 minutos del segundo tiempo y el Pibe,
aquel que gambeteó en Pescaito y en las playas de
su Santa Marta natal a cuanto rival tenía en frente,
tuvo su primer partido oficial.

Después de aquel día, todo dependió de él, de su
talento y su responsabilidad, así que junto a su
primo Didi Alex, se pusieron al “Bananero” a sus
espaldas por cerca de dos años jugando como ti-
tulares. Aunque no ganó ningún título durante ese
periodo, el joven mediocampista que manejaba los
hilos del equipo de Santa Marta fue punto de
discordía entre varios equipos de Colombia, pero
finalmente en 1984 Millonarios se quedó con los
servicios del Pibe aunque no brilló demasiado bajo
el mando de Jorge Luis Pinto.

Al año siguiente, Valderrama empezó a mostrar las
dotes con los que se le conoció a nivel mundial
y que lo catalogaron como uno de los mejores fut-
bolistas del mundo. Tras su efímero pasó por el
equipo azul de Bogotá, “el mono” fue comprado por
el Deportivo Cali donde junto a Redín conformaron
una dupla infalible, jugaban sorprendentemente bien,
enamoraban a cualquier hincha del buen fútbol.
Desafortunadamente para ese equipo del 85 y para el
Pibe, el titulo no llegó.

Tras su pasó por la “sucursal del cielo”, le llegó
la hora de armar maletas e irse al Montpellier de
Francia, donde estuvo por tres temporadas y pos-
teriormente fue transferido al balompié español
para ser el encargado de crear fútbol en la mitad
de la cancha del Valladolid.

Luego de su paso por España, donde descrestó y le
puso su característico tinte de fútbol mágico, se
devolvió a Colombia para jugar con el Indepen-
diente Medellín, adiestrado en ese entonces por
Julio Avelino Comezaña, amigo personal del Pibe
desde su inicio en primera división. Sin pena ni
gloria pasó por el “poderoso de la montaña” y fue
la oportunidad perfecta para que el Junior, equipo
de los amores del “mono”, contara con el 10 de la
Selección nacional. Con Comezaña como entrenador,
el Junior pagó la cifra más cara por un jugador
local (record hasta ahora imbatido) un millón
doscientos mil dólares.

Con el Tiburón de Barranquilla, pudo conseguir lo
que le había sido esquivo en todos los clubes donde
militó en Colombia: levantar la copa y dar la
vuelta olímpica. En 1993, junto a Oswaldo Mackenzie,
Ivan René Valenciano y José María Paso alcanzó la
gloria y pudo gritar por segunda vez en su historia
“Campeón”, pues en 1990, jugando para el Montpellier,
había logrado quedarse con la Copa de Francia.

El año 93 fue tal vez en el que el mundo fue testigo
del mejor Valderrama. Campeón con el Junior de Ba-
rranquilla, conductor indiscutido de la Selección
Colombia en la Copa América y en las eliminatorias
al Mundial de Estados Unidos. Además de quedarse con
el rótulo del mejor jugador de América de ese año,
fue el director de la orquesta que bailó a Argentina
en el Monumental en el histórico 5 a 0. Todo en un
solo año que tuvo de todo para la vida de Carlos
Alberto.

Lo demás ya es historia, el fracaso de la selección
en el Mundial del 94, su segundo campeonato con el
Junior, su traspaso al Fútbol de Estados Unidos donde
terminó su carrera y la capitanía indiscutida de la
Selección Colombia, que tras el Mundial de Francia
98, renunció al igual que muchos de los jugadores que
conformaron la época dorada del fútbol colombiano.

Un ícono, una leyenda viviente que fue el causante
junto a muchos otros de que Colombia brillará a nivel
mundial por una cosa diferente al narcotráfico y los
carteles de la droga que manejaban el país. Por eso
el mono de Pescaito, ese de pelos desordenados, que
creció entre la arena y el sol de Santa Marta, es y
será siempre el mejor jugador del país cafetero.