El Castigo de ser Arquero




Hace unos días se celebró el día del arquero, acontecimiento que resulta extraño para muchos, insignificante para otros, pero valioso para ese extraño ser que se ubica debajo de los tres palos en cada partido y que cumple con su función al evitar las anotaciones del contrario, esperando un reconocimiento que muchas veces no llega. De tal manera, este hecho sólo resulta válido para quienes se encargan de ahogar el grito de gol ajeno, para todos aquellos que evitan la felicidad del contrario a costa de raspones, golpes, peladuras y las eternas fracturas en los dedos que nunca le permitirán tener una mano estilizada.

Siempre considerado como el puesto más ingrato del fútbol y sabiendo que es uno de los peor pagos a nivel mundial, el arquero ve subestimada su posición cada vez que se negocia su paso a otro equipo, cada vez que se le considera como factor influyente dentro del partido pero no como algo decisivo, sus saques no se comparan con las gambetas, su manejo del espacio es irrelevante ante la maestría con que es hecho un buen pase, su facilidad para cortar los centros y la excelente forma de hacerlo, nunca se parecerá en lo más mínimo al mejor de los cabezasos, todo esto pese a que el grado de dificultad que esto implica sea igual o en algunos casos mucho más alto.

Atajadas extraordinarias como la de Gordon Banks ante Pelé, la de Higuita en pleno Wembley haciendo el escorpión con la complicidad de un juez que bajó la bandera; recordar a José Luís Chilavert, que parecía ser el único jugador en el campo de juego cuando Paraguay disputaba los cuartos de final en Francia 98 ante la selección anfitriona y al mismo Farid Camilo Mondragón que se atajó la vida frente a los ingleses en ese mundial, sin conseguir así que Colombia no fuera eliminada y que el equipo que volvía al mundial para darle más esperanzas a un país golpeado, volviera más golpeado que el país mismo, son sólo el reflejo de esta posición en donde un error equivale a un gol y muchas veces a la misma derrota, todo esto, obvio, sin importar el trabajo de todo un partido. Tal como lo dice Eduardo Galeano: “Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero.”

Pero más allá del bien y del mal, resulta inevitable hablar de los grandes fenómenos que mis retinas han visto pasar, esos extravagantes debajo del arco y fuera de él, de Ravelli, arquero sueco en USA 94, de Jorge Campos, quien se presentó con la selección mexicana en ese mismo mundial mientras también demostraba dotes de gran delantero en el fútbol de su país, de Higuita que desde chico ha sido un foco de atención y hasta del mismo Chilavert quien callaba la boca de propios y extraños con sus atajadas y buenos goles.

Ahora ese tiempo de excentricidades parece haber terminado, o tal vez está dejando un espacio para otro tipo de arqueros, para los de buenos reflejos, para los más ágiles, para los jóvenes que con 18 o 19 años hacen maravillas, para los que parecen no verse influenciados por esas nuevas pelotas de cada marca que se mueven más con el viento y que en terreno mojado son casi imposibles de detener, ahora el arquero es mucho más que antes, pero ese hecho pasa desapercibido al lado de la potencia y precisión de los demás jugadores.

Entonces se avista la aparición de los grandes, que en realidad son chicos, arqueros como Oscar Ustari, Juan Pablo Carrizo, David Ospina y Libis Arenas, entre otros, los cuales pese a su corta experiencia saben mucho y aprenden de los más grandes, los mismos que ya pasaron por esto y que de alguna manera aprendieron a tolerar esa “indiferencia”.

Y de la misma forma en que estos arqueros van naciendo para hacerse grandes al estilo de Banks, Zoff, Zenga, Smeichel, Córdoba, Abondanzieri, Buffón y muchos más, las viejas figuras se van olvidando, sus atajadas se diluyen en un pasado borroso y en algunos casos hasta pasan vergüenzas como lo hizo Zubizarreta con España en el 98, de la misma forma actuó la gorda figura de Chilavert en Korea y Japón 2002, Kahn, amo y señor de la cancha con el equipo alemán le regaló un par de goles al gordo Ronaldo, Dudek que fue héroe y demostró sus dotes de bailarín en la final de la Champions de 2005 se convirtió en el suplente de Reina, Dida busca ser remplazado con afán por el Milán, Ricardo tapa los tiros desde el punto del penal sin guantes por publicidad, Barthez que cada cierto tiempo se equivoca volvió al Marsella por un jugoso contrato y no es de olvidar a Gastón Sessa quien alcanzó más fama por sus problemas dentro de la cancha que con sus atajadas, demostrando así su falta de jerarquía.

Esa es sólo una pequeña parte de lo que puede ser el retrato de un arquero, la figura que casi nunca está presente en las memorias pero que puede convertir un gran partido en un aburrido 0 – 0, el mismo que paga todos sus errores con gol, pero que también es dueño de la posición más hermosa, él es el principal responsable de evitar el grito de gol en las gargantas contrarias generando desespero, el único que detiene un balón con sus manos y evita que este toque la red para dar alegría, el dueño de todo el poder cuando la pelota reposa apaciblemente en sus manos que por momentos parecen también detener el tiempo haciendo que se le mire hacia arriba y con respeto.